Una ciudad


Una vez me enamoré de una ciudad y sentí que pertenecía allí. Yo, que me pierdo en la única cuadra peatonal de San Salvador de Jujuy y no sé para dónde ir cuando salgo de un negocio: es como si perdiera la brújula y no sé dónde es el norte o el sur, ahí sabía, no el nombre de las calles, pero sí el lugar exacto en el que estaban. Podría dibujar el mapa de sus calles con los ojos cerrados. Cada edificio histórico lo vi como si ya lo hubiera visto en otras vidas. Era como con esas pocas personas que recién conocés y te perdés en su mirada y es como si ya la conocieras de toda la vida (o de otras vidas) y cerrás los ojos y ves su mirada. Y no podés evitar esa sonrisa que ahora, mientras estás escribiendo, te aparece y la mordés un poco para que no delate tu felicidad.
Una vez me enamoré de una ciudad y no pude (o no quise) volver.
Hay amores (y lugares) que permanecen mejores en el recuerdo. Hay una ciudad en la que una de las mujeres que soy, todavía permanece (y pertenece).

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