Ser escritora

Ser escritora: lo primero es tomar una decisión
 ¿Es lo mismo ser escritor que ser escritora? ¿Basta con escribir todos los días para ser escritora? ¿Qué lugar ocupa la lectura en el trabajo cotidiano del escritor?

 Para ser escritora, primero hay que ser otras cosas. Probar otros oficios: telefonista, conductora, empleada de comercio, mesera… vivir otras vidas. Frustrarse para que el deseo de ser escritora se fortalezca. La literatura te da mucho, pero te pide la vida. Viajes, fotos, firmas de libros, risas, invitaciones… son sólo algunas de las múltiples acciones que aparecen cuando una toma la decisión de dejarlo todo para escribir.

 El camino más certero para sobrevivir es el de la docencia. Pero, lo sabemos, nos consume toda la energía y procastinamos el deseo de escribir. Cuando me jubile, cuando mis hijos crezcan, cuando tenga más tiempo, cuando terminen los exámenes… y el tiempo no llega. A la noche, luego de alimentar a la familia (incluidas las mascotas), bañar a los niños (y a las mascotas), corregir prácticos, pruebas, exámenes, lavar y planchar la ropa, limpiar el piso, lavar los platos, sacar la basura… nos acomodamos en nuestro rincón favorito con el libro elegido, la libretita de notas y una taza de té aromático. No pasan cinco minutos que el cansancio se apodera de nosotras y caemos rendidas con el libro por el piso. Cuando nos damos cuenta, ya suena la alarma para volver a la rutina.

¿En qué momento vamos a empezar a vivir nuestro sueño? 
 Acordamos con nuestros estudiantes que el último medio módulo de los viernes será “Taller Literario”, como una excusa para escribir nosotras también. Esperan (ellos y vos) con ansias ese día. Pero hay acto. O es feriado. O tienen intervención del gabinete psicopedagógico. O reunión para la elección reina, el viaje a Bariloche, la carroza… y el taller literario se esfuma como otros sueños que ya no volverán.

 ¿Cuándo podré convertirme en escritora?, te preguntás, mientras garabateás algunas historias en el cuaderno de clases. Leés sobre movimientos literarios, vidas y obras de grandes escritores y las sentís tan lejanas que nunca se te ocurriría pensar algo así para vos. Les contás anécdotas de escritores a tus estudiantes, para que te presten atención. Los motivás a leer, a escribir. Tal vez ellos logren sus sueños. Algunos días, hablan sobre sus sueños. Y pensás yo quiero ser escritora, pero tenés que trabajar, mantener una familia.

El domingo te levantás tarde y aprovechás ese rato en la cama para hacer algún ejercicio de un libro sobre escritura creativa. Escribís para complacer a tus profesores. Algunos quieren que abordes lo fantástico. No sabés si es lo que más te gusta. Pero igual escribís y jugás con las palabras.

 En la clase con el profesor Arturo Álvarez escribís crónicas cargadas de imágenes y metáforas. Todavía pensás que mientras más sazonado, mejor, más sabroso. Una de tus compañeras critica tus textos y te dice que son crípticos, que sólo los entendés vos. Te enojás. Releés y le das la razón.

El profesor Accame te da algunos tips de escritura y te sugiere algunas lecturas. Te dice que para entender la buena literatura hay que leer mala literatura también. La conocés a Nélida Cañas y se convierten en amigas vinculadas por la literatura. Te acerca a autores que desconocías y se convierte en tu maestra.

 Hacés taller con Liliana Heker y ella te enseña a pensar en términos narrativos. Luego, te apuntás al taller de Guillermo Martínez y él te invita a escribir sobre situaciones cotidianas. Si vendés corpiños, escribí sobre eso, te aconseja. Y lo hacés. Con él escribís tus mejores cuentos. Los revisan en sesiones individuales y es como una tortura china. Sufrís mucho pero aprendés.

David Lagmanovich se interesa por tus microrrelatos. Se escriben. Mucho tiempo después se conocen y te invita a su casa. Te regala libros. Te considera entre sus 100 mejores amigos y a fin de año, en vez de una postal, te llega un libro suyo. Liliana Heker te inicia en la lectura de microrrelatos. Aparecen nombres como los de Juan Sabia, Luisa Valenzuela, Ana María Shua (que ya la conocías por sus libros para niños), Raúl Brasca.

 Brasca no te quiere conocer porque tiene el prejuicio de que esta jujeña escribirá cosas telúricas y se sorprende cuando te escucha leer en Buenos Aires. Al tiempo, Raúl te invita a una antología. Te pide 40 microrrelatos. Dice que te van a pagar. Se los enviás. Elige. Te pagan. Ocho mil ejemplares de ese libro: “Cuatro voces de la microficción argentina”. Sos la más joven y la única mujer.

 Te llega un mail con el asunto “Viaje a Berlín”. Lo eliminás sin leerlo. Un amigo te dice que lo abras y respondas. Meses después están en Berlín capacitándose con escritores de España, Austria, Alemania, Suecia y Suiza. Pero todavía no te sentís escritora. Volvés a tu trabajo y te preguntan por comidas y amoríos. Escribís para comprender y para comprenderte. Llevás un diario de catarsis. Lo más importante de tu viaje a Berlín es que hay escritores que sienten lo mismo que vos, que se preocupan por las palabras, por las historias, por el arte. No sólo por la publicación, como sucede en los encuentros literarios a los que habías ido.

 Javier Perucho (el autor del primer ensayo sobre microficción que leíste) te invita a un encuentro de microficción en Ciudad de México. También son cuatro argentinos. Sos la única mujer y la más joven. Pero todavía falta mucho para que tomes la decisión de renunciar a la docencia para dedicarte a escribir. Escribir a diario. Escribir con un propósito. Escribir para una editorial o para un medio.

 Y como querés no sólo escribir, sino leer y son dos pilares de una misma casa. Activás los canales para promover la lectura. Te llaman para hacer una columna en la radio. Pero ¿yo? ¿Estás seguro? Yo no soy digna, pero me animo. De una radio a otra. De lo efímero del éter a la trasmisión en Facebook y un español que te escucha y se declara tu fan. Te llegan libros para reseñar.

 Lo conocés a Manu Espada (escritor, guionista de TV y profesor de escritura creativa), hablas con él y pensás que tiene la vida de escritor que te gustaría tener. Chateás con él y descubrís que no sólo es generoso sino que comparten algunas preocupaciones sobre este oficio. Te hace sentir una escritora genial y querés escribir cada vez más y cada vez mejor.
Beto Benza te publica el libro más lindo que te hubieras imaginado y ya sos autora de la editorial Micrópolis (que sólo publica microficción). Lo presentan en la Feria del Libro de Lima.

 ¿Te sentís escritora? Recién ahora. Cuando te pagan por escribir. Cuando firmás contratos para que te publiquen. Negociás los derechos de autor. Viajás a ferias del libro y a encuentros internacionales.

 Te decís que tenés que ser vos misma porque nadie puede sostener un personaje por mucho tiempo. Sos vos misma y personas que admirás te tratan con cariño y respeto. Pensás que te debés estar por morir. Pero no. Estás cumpliendo tu sueño. 

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy buen post Ildiko, y el blog en general interesante y bien escrito. Felicitaciones. Aquí me ves, 57 años, premiada en el cole a los 5 porque ya leía perfectamente, antes de los 14 ya escribía poemas e iba a talleres literarios, aunque nunca publiqué. Profesora de lengua en bachillerato y universidad por pura vocación (soy socióloga), en el camino quedaron desperdigadas mis letras, mis voces. Ahora quiero retomar pero no sé cómo. Estoy leyendo a Julia Cameron, a ver cómo me desatoro.

Abrazo, Gioconda.
Ildiko Nassr ha dicho que…
Gracias, Gioconda. La experiencia de escribir es personal y se construye de a una palabra por vez. Las propuestas de Julia Cameron son geniales porque impulsan.
Ánimos
Un abrazo

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