Siete casas vacías
Reto de lectura de
agosto
Un libro que no terminaste de leer
ildiko
nassr, san salvador de Jujuy, septiembre de 2019
-Una mujer que me odia dijo que la próxima vez que yo diga mi nombre me voy a morir.
Samanta Schweblin
Alguien
toca el timbre de mi casa a la madrugada, me despierta y, aunque no bajo las
escaleras para abrir la puerta o preguntar quién es, me desvelo. Hay varios
libros en la mesita de luz. Tomo uno y me pongo a leer. Ya había leído una
edición anterior pero no recuerdo casi nada. En un momento dudé si lo había
leído o había soñado que lo leí.
Hay un
sabor nuevo en cada cuento. Imágenes de lo absurdo que te devoran. Un no saber
a dónde estás o adónde vas. Un camino sin GPS. Ya desde su primer libro
publicado por la editorial Destino, me encantó.
Leo
tres cuentos en un suspiro. No puedo detenerme. Sin embargo, empiezo a
lagrimear y mis lágrimas llegan al libro. No son de emoción sino de cansancio
visual sueño. Debería descansar, pero quiero seguir leyendo. Me seco las
lágrimas y sigo. La sensación es la misma de aquel primer desvelo de lectura
cuando tenía 10 años.
El
libro es “Siete casas vacías”, de Samanta Schweblin. Es un libro atrapante. Me
hace pensar. Inquieta. El uso reiterado de la primera persona casi como si los
cuentos fueran una confesión, te hace entrar en su universo narrativo. Aquí
nada es lo que parece. Todo es simple (y complejo). Desde una mujer que roba
una azucarera en una casa enorme, o la que sale en bata y el pelo mojado y
vuelve como si nada; o la que se sienta en un banco del subte junto a un
mendigo sin piernas; hasta la niñita que se deja comprar una bombacha por un
desconocido, son todas cercanas y fantásticas. Rompen con la realidad
instalando un verosímil de un realismo absurdo en el que una se siente
identificada porque las situaciones (y el modo de mostrarlas) son cercanas y
sin el asombro que producen en el lector. SS cuenta las cosas más tremendas con
una naturalidad que, acaso, también haya aprendido de la gran maestra Liliana Heker.
Deja
un sabor amargo, una sensación de que no sucedió lo que debería haber sucedido.
Te deja pensando y te llena de imágenes que no se quitan. No podés contar los
cuentos de Samanta Schweblin porque se pierde lo fundamental: su lenguaje
propio, ese modo tan particular de narrar, con un resquicio a Carver o a
Salinger, pero tan personal. Sabés que es una lectora puesta a narrar. La
fluidez es un arduo trabajo y ella la logra con una maestría única. No es de
sorprender que gane tantos premios y que sea una escritora de culto.
Quisiera
ser amiga de Samanta Schweblin. Ir a tomar algo en un barcito berlinés y volver
a casa en bicicleta a las tres de la mañana, tal como contó en una entrevista
que le hicieron el año pasado. Volver a casa y sin miedo.
Siento
muy cercana su narrativa, hay algo inquietante, algo que atenta con romper la
delicada cotidianidad. Algo amenazante que no termina de suceder, como una
ráfaga de viento sorpresiva que así como llegó, se detiene, como si no hubiera
pasado.
Siete
casas. Siete cuentos. Una noche de insomnio. Incontables imágenes.
Fascina
su narrativa, sus palabras, el modo de entender esa soledad angustiante en la
que viven sus personajes y no pueden escapar, esas casas vacías que son como
cuerpos en los que están encerrados (y solos). No salís inmune de su lectura.
No volvés a ser el mismo después de leer a la Schweblin (y te hacés adicto a
sus libros).
Samanta Schweblin:
SIETE CASAS VACÍAS. Ed. Páginas de Espuma, Buenos Aires, noviembre de 2018.
Premio Internacional Narrativa Breve Rivera del Duero.
Comentarios
Te seguiré leyendo. Pondré enlace a tu blog en el mío .
voraceslectores@blogspot.com
Abrazos.