¿Por dónde empezar a escribir?
Querés
escribir y es algo que vas procastinando desde que tenés memoria porque no
sabés por dónde empezar. Crees que los que escriben tienen habilidades
extraordinarias. La diferencia entre un escritor y alguien que no es, es la
acción. El escritor escribe. Podés empezar desde donde estás. Que todos
escriban, no para que todos sean escritores, sino para que nadie sea esclavo.
Ildiko Nassr, San Salvador de Jujuy, marzo de 2020
La escritura es la cara de la moneda en la que
la cruz es la lectura: leer y escribir son las dos caras inseparables de una
moneda que está al alcance de todos.
Para aquellos que creen en la inspiración y en
las musas, les ahorro tiempo: no sigan leyendo. Este texto no es para ustedes.
Lo primero es estar dispuesto a escribir. No
todos estamos dispuestos a escribir. Escribir es explorar. Muchas veces no
sabés qué vas a encontrar. Es importante planificar. Estar listos. Escribir a
diario. Escribir un diario (manuscrito, de ser posible).
Hago mías las palabras de Julia Cameron cuando
sostiene que, para mí, escribir es como
escuchar una melodía en mi mente.
Un deseo poderoso
Tenés un deseo, una inquietud, ganas. Pero no
sabés cómo empezar, ni por dónde. Lo primero es procastinar porque lo urgente
se come a lo importante. Pero te queda ese sentimiento, ese deseo. Querés
escribir. Escribir un libro. Como todo gran emprendimiento se comienza a poco,
por un primer paso.
Una noche,
ante la orden de un aislamiento por la pandemia de un virus, pensás: “Esta es mi oportunidad”. Buscás en el
fondo del armario un cuaderno que quedó incompleto de tus tiempos de
estudiante. Te preparás el mate. Buscás lapicras de colores. La computadora
encendida. Creés que tenés todo para empezar. Mirás los elementos distribuidos
en la mesa-escritorio improvisado. Abrís Word. Documento en blanco. Una página
se dibuja ante tus ojos. Primera oración: MI HISTORIA. Debajo tu nombre. Te
sorprende lo bien que quedan esas palabras en la página.
Ahora, cómo
sigo, te preguntás. Tomás un mate. Se te ocurre buscar álbumes de fotos viejas.
Vas a buscarlos y suena el teléfono. Te distraés. Te da sueño y te dormís.
Al día
siguiente te decís: Hoy es el día para empezar.
Invitaciones para iniciar
Algunas opciones para comenzar son:
Escribí de lo que sabés y conocés. No te digo
que no imagines, pero comenzá por lo conocido. Lo novedoso es tu impronta, tu
modo de narrar, tu léxico particular.
·
Empezá
donde estás.
¿Qué ves, qué hay, cómo te sentís?
Escribir es un ejercicio cotidiano. A nadie en
sus cabales se le ocurriría escalar el Aconcagua sin un entrenamiento previo.
Con la escritura creativa debería suceder lo mismo.
· La
escritura llama a la escritura.
La lectura llama a la escritura.
¿Qué libros te gusta leer? ¿Qué libro te
gustaría escribir?
Generalmente, uno escribe como lee. No voy a
entrar en el tema de si hay buena literatura y mala literatura, pero sí te
invito a pensar en esos libros que marcaron tu camino lector. Sabemos que hay
muchos libros que uno ha leído y pasaron sin dejar ni una huella (una palabra,
una imagen, un recuerdo: nada).
·
Una
impresión o un recuerdo
¿Cuál es tu primer recuerdo? ¿Qué es
lo primero que recordás?
Escribí libremente en un primer momento. Leé lo que escribiste y sacá todo lo que no es necesario. No permitas que el censor interno coarte tus ideas. Escribí sin darle forma y después le das forma, corregís, organizás el caos.
Para leer
Fragmento del discurso de
aceptación del Premio Nobel de Literatura, de Olga Tokarczuk
La primera fotografía que experimenté conscientemente es una
foto de mi madre antes de que me diera a luz. Desafortunadamente, es una
fotografía en blanco y negro, lo que significa que muchos de los detalles se
han perdido, convirtiéndose en nada más que formas grises. La luz es suave y
lluviosa, probablemente una luz de primavera, y definitivamente el tipo de luz
que se filtra a través de una ventana, manteniendo la habitación en un brillo
apenas perceptible. Mi madre está sentada al lado de nuestra vieja radio, y es
del tipo con un ojo verde y dos diales, uno para regular el volumen y el otro
para encontrar una estación. Esta radio luego se convirtió en mi gran compañera
de la infancia; de ella aprendí de la existencia del cosmos. Al girar una
perilla de ébano, se movieron los delicados sensores de las antenas, y en su
alcance cayeron todo tipo de estaciones diferentes: Varsovia, Londres,
Luxemburgo y París. A veces, sin embargo, el sonido fallaba, como si entre
Praga y Nueva York, o Moscú y Madrid, los sensores de las antenas tropezaran
con agujeros negros. Cada vez que sucedía eso, me hacía temblar la espalda.
Creía que a través de esta radio, diferentes sistemas solares y galaxias me
hablaban, crujían y chirriaban y me enviaban información importante, y sin
embargo no pude descifrarla.
Cuando de niña
miraba esa foto, me sentía segura de que mi madre me había estado buscando
cuando giró el dial de nuestra radio. Como un radar sensible, penetró en los
reinos infinitos del cosmos, tratando de averiguar cuándo llegaría y de dónde.
Su corte de pelo y su atuendo (un gran cuello de barco) indican cuándo se tomó
esta foto, es decir, a principios de los años sesenta. Mirando hacia afuera del
cuadro, la mujer algo encorvada ve algo que no está disponible para una persona
que mira la foto más tarde. Cuando era niña, imaginaba que lo que estaba
sucediendo era que ella estaba mirando el tiempo. No hay nada realmente
sucediendo en la imagen: es una fotografía de un estado, no un proceso. La
mujer está triste, aparentemente perdida en sus pensamientos, aparentemente
perdida.
Cuando más tarde
le pregunté acerca de esa tristeza, lo cual hice en numerosas ocasiones,
siempre provocando la misma respuesta, mi madre dijo que estaba triste porque
aún no había nacido, pero ya me extrañaba. «¿Cómo puedes extrañarme cuando
todavía no estoy allí?», solía preguntarle.
Sabía que extrañas
a alguien que has perdido, que el anhelo es un efecto de pérdida.
«Pero también
puede funcionar al revés», respondió ella. «Extrañar a una persona significa
que está allí».
Este breve
intercambio, en algún lugar del campo en el oeste de Polonia a finales de los
años sesenta, un intercambio entre mi madre y yo, su pequeño hijo, siempre ha
permanecido en mi memoria y me ha dado una reserva de fuerza que me ha durado
toda mi vida. Porque elevó mi existencia más allá de la materialidad ordinaria
del mundo, más allá del azar, más allá de la causa y el efecto y las leyes de
la probabilidad. Ella colocó mi existencia fuera del tiempo, en la dulce
vecindad de la eternidad. En la mente de mi hijo, entendí que había más de lo
que había imaginado antes. Y que incluso si tuviera que decir: «Estoy perdido»,
entonces todavía comenzaría con las palabras «Yo soy», el conjunto de palabras
más importante y extraño del mundo.
Y así, una mujer
joven que nunca fue religiosa, mi madre, me dio algo que alguna vez se conoció como
un alma, lo que me proporcionó el mejor narrador tierno del mundo.
Texto completo disponible en:
https://elcultural.com/olga-tokarczuk-cuando-escribo-tengo-que-sentir-todo-dentro-de-mi
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