El poder de las primeras veces



Meik Wiking estudia la felicidad. A los 40 años, como un águila que está a punto de cambiar sus garras y comenzar (o no) una nueva vida, se planteó por su propia felicidad (algo que venía estudiando hacía mucho tiempo) y fue padre. Para hablar de su propia felicidad, les pidió a personas alrededor del mundo que le contaran su(s) felicidad(es). Y descubrió que la felicidad no solo está en las pequeñas cosas, en algo cotidiano trasformado en extraordinario, sino en la memoria. El recuerdo de haber sido feliz (sin darse cuenta, sin proponérselo) hace felices a quienes recuerdan. Pienso en mi padre, Casio, al que habían diagnosticado con Alzheimer. Había perdido la memoria, pero no las emociones. Recordaba el amor que sentía por algunas personas. No sabía mi nombre, pero sí que me amaba. Y me lo hizo saber. Con ese recuerdo, mi cuerpo reacciona: lágrimas, un dolor en el timo, temblor en las manos…

Ser autorreferencial es inevitable. Escribo para encontrar el sentido de esos pensamientos sobre las primeras veces, sobre los recuerdos felices.

La primera vez que ves a alguien que llama tu atención: lo seguís con la mirada, querés conocerlo. Y, cuando hablan, es como si ya se conocieran. ¿Otras vidas?

La primera vez que probás un manjar extranjero (no porque sea de otro país, sino por lo diferente). Recuerdo la primera vez que comí arroz con leche. Tenía como 30 años, pero nunca había probado ese manjar que hace que mis papilas gustativas se alteren. En cada nuevo arroz con leche, regreso a ese escenario en la cocina de cortinas naranjas, a esa cucharada temblorosa, al instante en el que el metal y la cremosidad de esa mezcla de arroz, leche y azúcar entraron en contacto con mi boca, en ese recorrido intenso, a la expectativa de quien me compartió ese placer dulce.

El primer beso del hombre amado nunca es como lo soñábamos ni como sucede en las telenovelas, pero todavía, con la piel marchita y los pelos llenos de canas, despierta una sonrisa, un recuerdo feliz.

La primera vez que vas a un lugar al que no ibas desde antes de la Pandemia. Porque sí, ahora el tiempo se divide en Antes de la Pandemia y Ahora. El reencuentro con personas a las que no veías desde aquel marzo fatídico, la luz en sus ojos, los gestos, ese desfasaje entre el recuerdo y la actualidad. Los abrazos. Las risas.

Mi amigo Juan ama los panes. Si por él fuera, viviría a pan y vino. No por básico, sino por gourmet. Almorzamos los sábados y siempre probamos nuevos panes y nuevos vinos. Nos gustan algunos (o su recuerdo) y otros no nos gustan o nos gustan menos. Pero es una experiencia compartida. Una sorpresa compartida. Leemos las etiquetas, degustamos, disfrutamos. Esa felicidad debería tener nombre. Y no por repetitiva o rutina es menos feliz. La felicidad de la rutina, de los hábitos constantes.

Escribo esto para no recordar la pesadilla de anoche, en la que no podía gritar ante ese asesino que venía por mí. Esa mudez paralizante que una no quisiera experimentar nunca. Escribo como si fueran mis “hojas matinales”.

La escritura diluye las pesadillas y las transforma en ficciones que ya no hacen daño.

Meik Wiking estudia la felicidad y la memoria. Y le gustan los manifiestos. El manifiesto de la memoria (para crear recuerdos felices y nunca te vuelva a suceder el olvido ante esas situaciones que querés retener para siempre) está constituido por ocho ingredientes básicos. Como a todas las recetas, una le va cambiando los ingredientes o los reemplaza con lo que tiene a mano. Siempre me asombran esas recetas “para hacer con lo que tenés en casa” y sacan aletas de tiburón, rollos de canela, calamares, harina de mandioca, chauchas de vainilla o caracoles de la India.

1.       Aprovecha el poder de las primeras veces. Busca experiencias nuevas y vive días extraordinarios.

2.       Implica todos los sentidos. No te quedes en la vista. Los recuerdos también pueden tener sonido, olor, tacto, sabor.

3.       Presta atención. Trata tus momentos felices como tratarías a alguien especial. No pierdas detalle.

4.       Crea momentos significativos y conviértelos en momentos memorables.

5.       Usa tu rotulador fluorescente emocional. ¡Que fluya esa sangre!

6.       Captura los picos y los momentos difíciles. Las metas son memorables, pero las dificultades pasadas hasta alcanzarlas son inolvidables.

7.       Sírvete de las historias para evitar la curva del olvido. Comparte las anécdotas. ¿Recuerdas esa vez que…?

8.       Externaliza tus recuerdos. Escribe, fotografía, colecciona. Conviértete en el archienemigo de Marie Kondo.

Yo agregaría: sé feliz, animate a volar, pero es una redundancia.



Buena vida y buenas lecturas

 


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