Hola, campeón
1.
Gustavo tiene 10 años, los ojos
negros, negros, como los de su abuela y la piel de color marrón oscuro, como la
de los cerros de Purmamarca, como dice su papá. Es un chico como cualquier
otro, salvo porque tiene esclerosis múltiple y se mueve en una silla de ruedas.
A veces se olvida de las cosas o las palabras no le salen. Pero lo que más le
duele es no poder jugar a las cuatro esquinas en el recreo con sus compañeros.
Gustavo quiere volver a correr y
a jugar como los demás.
Le pidió a su mamá que le compre zapatillas
nuevas y ella lo miró con pena.
- ¿Para qué querés zapatillas
nuevas vos? -, le preguntó. Y él no supo qué responderle. En cambio, dijo:
- Cuando salgamos del médico,
vamos a tomar un helado.
Le gustan los helados. El de uva
es su favorito.
2.
Gustavo sueña con una vida
distinta, sin la silla de ruedas, sin los dolores. Se ríe de eso. Una vez se
cayó porque el piso de la escuela no es lisito como una rampa, sino que es de
lajas desparejas y viejas. Se le enganchó una de las rueditas de adelante y se
fue de boca al piso. Se hizo un silencio incómodo. Le dio vergüenza y no quería
levantar la cara del suelo, para que no se burlen de él. Pero Juana se rio a
carcajadas mientras corría a ayudarlo y Gustavo se sintió mejor. No le gusta
que le tengan lástima. Juana es la chica más linda que Gustavo vio en su vida.
Tiene pecas y el pelo marrón. Se le hacen dos oyuelitos en las mejillas
cuando
se
sonríe.
3.
Va tres veces a la semana al
médico. Siempre con su mamá. Le ponen varias inyecciones cada vez. Es como ir a
inglés o a básquet.
No les teme a las agujas ni a los
médicos, como otros niños. Ya está acostumbrado. Pero a veces se aburre y se
cansa. Preferiría ir a inglés. A
básquet, no ¡qué asco! No se imagina jugando al básquet. No. Fuchile.
Pierde toda la tarde en el
consultorio. Su mamá lo deja jugar al Tetris mientras esperan. Anita, la
secretaría del doctor, lo deja cambiar el canal. Y siempre le pregunta cosas de
la escuela.
Anita es buena y le regala
chupetines redondos. Gustavo los guarda en el bolsillo del guardapolvo y los
lleva a la escuela, de merienda.
No le gusta que lo miren con pena
y odia cuando alguien habla con su mamá, como si él no estuviese allí.
-Hola, campeón-, escucha al Dr.
Salomón llamándolo.
No le gusta que el Dr. Salomón lo
salude así. ¿Campeón? ¿Campeón de qué?
4.
En los recreos, los chicos y las
chicas juegan a las cuatro esquinas, que es como el béisbol, pero sin bate,
porque las seños no te dejan llevar un bate a la escuela. Gustavo mira cómo
juegan los chicos y las chicas, desde su silla de ruedas. Le gustaría jugar,
pero nunca lo llaman para jugar.
En el recreo largo, una tarde los
compañeros lo incluyen. Les faltaba un jugador. Jugaban varones y mujeres. Los
de 4° contra los de 5° y el juego era como una final del mundial de fútbol.
Cuando lo llamaron, Gustavo pensó
que había otro niño parado detrás suyo. Pero no había nadie. Sólo estaba él.
Ahí, sentado en su silla de ruedas y con la cara de asombro más grande que
hayas visto nunca. Sí, a vos, te estoy contando. Tenía los ojos, así de grandes
Gustavo. No lo podía creer.
Sólo estaba él y los compañeros
siguieron llamándolo. Y él entró a jugar. Se sintió Messi. Le pareció estar en
esas películas en las que el jugador que entra al último minuto gana el juego y
todos los aplauden y lo llevan en andas, festejando el campeonato.
Entra Gustavo al campo de juego. El juego depende de él. Gustavo es la
salación del equipo. ¡Gustavo! ¡Gustavo!
Le tiran la pelota, la sostiene
en su regazo. Duda un instante. Dos chicos de 5° se quedan paralizados,
esperando su reacción.
¡Gustavo! ¡Gustavo!
Busca a Juana con la mirada y
cuando la divisa, ella le grita: Pasala,
Gustavo, pasamela. Y él tira la pelota con todas sus fuerzas y ella corre a
toda velocidad y los de 5° pierden. Ahora sí el Dr. Salomón le podría decir campeón. Gustavo campeón. ¡Gustavo!
¡Gustavo!
5.
A los dos segundos de que Juana
gana el partido, tocan el timbre. Tienen Matemática con la seño Patricia, que
es muy estricta. Por suerte, Gustavo había hecho las tareas.
Lo mejor de todo fue cuando Juana
pasó a su lado y le dio una palmadita en el hombro y le dijo:
-Bien hecho, Gustavo.
Ella se le adelantó y él se
trancó un poco para entrar en el aula, porque la silla se atascó con un mosaico
roto del piso.
Pero justo vino Juan Cruz y lo
ayudó y también le dijo algo como bien
hecho. Gustavo no se acuerda bien porque estaba tan pero tan feliz que no
podía entender bien las palabras. Lo que sí entendió fue:
-Mañana volvés a jugar para
nosotros, así los rematamos a los de 5°, Guti.
Gustavo campeón. ¡Gustavo! ¡Gustavo!
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