días que se parecen y no


Hay un día. Un día cualquiera parecido a todos los demás. Pero es un día especial, aunque aún no lo sepas. Es el día de tu muerte. Viviste preocupado por tus asuntos, postergando decisiones importantes, como si ese día nunca iría a llegar. Lavaste tu ropa, te bañaste, te cambiaste, usaste esa ropa vieja que es casi un uniforme, de tan usada. Te cepillaste los dientes y te depilaste. No imaginaste que te preparabas para estar presentable en tu propio velorio. Porque habrá velorio. Todos tus conocidos querrán cerciorarse de tu muerte y despedirse de tu cuerpo. Desfilarán por ese escenario en el que no serás protagonista, sino tus hijos, a los que les dirán fórmulas de cortesía, para seguir con sus vidas autómatas, en las que también postergarán decisiones importantes y vivirán como si ese día de la propia muerte fuera lejano e incierto. Se lamentarán por todos los sueños que no pudiste cumplir. Quería viajar. Su sueño era ir a Islandia, dirán con fingida preocupación.
Besarán tu frente fría. Dirán algunas frases de cortesía. Se lamentarán por esa hija que encontró tu cuerpo sin vida en esa casa que se disputarán sin piedad. Tomarán un café, hablarán sobre el chisme de turno, se quejarán del clima, del tránsito y volverán a sus rutinas.
Algún extraño ocupará tu escritorio, no sin antes desocupar con aprensión los cajones, que cuidabas con tanto esmero. Ese extraño también postergará sus sueños y organizará su vida de acuerdo a un cronograma de pagos y a los vencimientos de facturas e impuestos. Esperará con ansias los fines de semana, mientras ocupa su tiempo en pasarlo, en dejarlo pasar con prisa, esperando la hora de salida, el fin de semana, el día de cobro…

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