el loco

Lo buscas, incansable. Miras a
cada uno de los niños que salen de ese colegio primario. Tú, a los ocho años,
recuerdas, eras melancólico y taciturno. Los niños más grandes te asediaban con
sus bromas pesadas y, a la noche, llorabas y escribías en el elástico de la
cucheta que compartías con tu hermano. Tu madre te regañaba pero tú te sentías
tranquilo al escribir el nombre de aquellos que se te burlaban. Pensabas que,
reteniendo la imagen de sus nombres, te apoderarías en cierta medida de su
fuerza y así podrías derrotarlos.
No recuerdas, sin embargo, cuándo
dejaron de molestarte, o si dejaron de hacerlo alguna vez. Tampoco recuerdas
cuáles fueron los regalos que tus padres te hicieron para las navidades. Hay un
recuerdo que te persigue constantemente (así como tú persigues al niño que
fuiste) y que no te ha dejado dormir muchas veces. Es la voz de tu madre
diciéndote que tenían que dejar tu casa de infancia. No recuerdas bien el por
qué. Te gustaría preguntarle a aquel niño.
Lo buscas. No te recuerdas con
precisión a los ocho años. Te miras al espejo y buscas rasgos tuyos en los
niños que huyen de ti temerosos. El loco, te dicen. Ahí viene el loco, gritan y
salen corriendo en dirección opuesta a ti. Así nunca podré encontrarme,
piensas.
Piensas en desistir. Pero sería
demasiado cobarde. Siempre has dejado las cosas a medio hacer y no quieres que
ésta sea una más.
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