2º Congreso Colegial del Niño. Colegio “Santa Bárbara”. Jujuy.

Cuando era así de chiquita, mi mamá me regaló un libro, chiquito como era yo. Chiquito y de tapas rojas, con dibujos que no estaban pintados y se relacionaban con lo que podía descifrar en esas palabras que a veces me resultaban muy difíciles. Pero nunca quería abandonar ese mundo para ir a buscar en el diccionario el significado de aquello que no entendía. Salir de ese mundo era como desinflar un globo ¿alguna vez lo hicieron?
Desilusiona. Sí, da risa. Pero también da mucha pena.
Yo no quería dejar de leer pero no podía entender por qué.
Mis primos y mis hermanos jugaban en el jardín, corrían y jugaban como si fueran felices; mientras yo me viajaba por mundos imaginarios que recreaba gracias a la magia de las palabras. Siempre me fascinó el poder que tienen las palabras. ¿Cómo hacían esas personas para hacer magia con las palabras? Yo quería ser como esos escritores que me permitían ingresar en mundos diferentes al mío. En ellos, podía ser pirata, bandido, capitán de barco, bailarina, superhéroe y todo lo que mi imaginación me permitiera ser… aunque en mi casa, no podía ni cruzar el patio sola porque me daban miedo los sapos que habitaban en él.
Y, ahora, de grande, sigo con los mismos miedos y la misma fascinación por la magia que pueden hacer las palabras. Me gustan las palabras. Me gusta la magia. Me gusta cuando ambas aparecen y crean sentimientos en mí.
Leer es un placer enorme. Una fiesta. La mayor alegría. Leer la felicidad que me permito experimentar a diario. Si hoy me secuestrara un terrorista y me matara porque mi familia no puede pagar el rescate, podría morirme feliz porque esta mañana, antes de venir acá, leí un pequeño poema que alegró mi día.

Pensar que no sabremos nunca
qué pasa dentro de las nueces.
No me pregunten. Con locura
y con el permiso de ustedes
me voy a agonizar otro poquito
con las palabras. Hasta que me lleven.
María Elena Walsh

Y hoy quisiera que me lleven las palabras, que me hagan revivir las aventuras que tuve junto a Peter Pan, a Caperucita, a Francesco, el hijo de Roberto Cotroneo; junto al cazador de la mariposa negra (que no era la mariposa negra) y tantos otros amigos. Si tuviera que nombrarlos a todos, me demoraría cuatrocientos setenta y ocho días, y tres horas con 25 minutos. Pero mejor no. Porque no tengo tantos días para nombrar a mis amigos de la literatura. Y tampoco los voy a tener escuchándome tanto tiempo, algunos se van a dormir, otros se van a dar la vuelta al mundo en ochenta días y, como les sobra tiempo, se van a poner a jugar a la mancha venenosa. Y otros, se van a quedar quietitos, haciendo como que escuchan pero sin escuchar y se van a terminar durmiendo y en sus sueños, van a confundir a Garfio con Molly Bloom y a Cenicienta con Juana Azurduy o a el sapo bocón con el lobo feroz… y no está bueno soñar con tanta gente a la vez.
Y tanto leí y sigo leyendo que me dieron ganas de intentar hacer eso que otros hacían: escribir, inventarme un mundo afuera de este mundo en el que vivo…
Un mundo en el que fuera posible todo lo que yo quisiera que sea posible…


Y encontré esta receta para escribir. Estaba un poco borroneada y tuve que imaginarme algunas palabras:
Receta para escribir un texto
Ingredientes
Palabras mágicas una docena
Palabras furiosas una pizquita
Palabras azules algunas, para decorar
Palabras a secas un kilo
Palabras que rimen algunas, para sazonar
Magia un puñado
Rocío de luna llena, un litro y medio
Alas de libélula, cuatrocientas, en buen estado
Uña de dragón rojo, una
Sal y pimienta, a gusto

Instrucciones
Mezclar todo en un bol bien grande, sin batir, hasta que los ingredientes formen una pasta homogénea. Dejar descansar la masa, tapándola con un repasador limpio. Encender el horno a fuego medio y bajar. Luego de diez minutos, sacar la masa del bol y estirarla en una superficie limpia y blanca, de ser posible, papel con los renglones marcados, hasta que las palabras se dispersen por toda la hoja. Llevar a fuego fuerte durante media hora, hasta que esté doradito y pueda sentirse la magia.
Dejar enfriar y servir con letra clara y prolija.

Seguí la receta al pie de la letra. Me quemé los dedos, me saqué varias ampollas, me corté el pulgar con el filo de las hojas. Pero no lograba que pueda sentirse la magia.
Y es que lo que no dice la receta es que quien le pone la magia a lo que lee, es el lector.
Cuando leemos, agregamos magia a las palabras que vamos descifrando y convertimos en escritor (o no) a quien siguió la maravillosa receta.
Cuidado con brujas y duendes malvados. Suelen aparecer. Comen niños, sí, pero les voy a contar un antídoto para que no los coman. Lo mejor es cerrar el libro y lanzar una fuerte carcajada. Eso ahuyenta a todos los espíritus malignos.



Nota: esta foto es de mi hija, Ana Luz, en el patio del Colegio Santa Bárbara, minutos antes de comenzar ese encuentro mágico con los niños el 14 de noviembre de 2008

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ser escritora

Los libros y el canto de los pájaros

El té y la literatura